6.
Hola pueblo,
quiero deciros el sufrimiento que he pasado con mi prometido el mancebo porque
es muy cruel: este hombre, si se le puede llamar así, se comunico con mis
padres para que le dieran mi mano ya que hizo una apuesta con sus amigos
diciendo y demostrando que pueden domarme como si fuese un animal, porque todos
los pretendientes que he tenido consideran que estoy loca y que por eso no se
casan conmigo, pero este hombre; a parte de lo que os he dicho antes; también
se quería casar conmigo porque mi familia es rica y se quiere aprovechar de mi
para ganar dinero y luego dejarme tirada, y por si fuera poco me ha pegado en
varias ocasiones. Pido que se juzgue a este miserable y que lo aparten de mi
vida.
7.
Otra vez
hablaba el señor con Patronio, su consejero, y le decía:
-Patronio, un pariente mío me ha contado que lo quieren casar con una
mujer muy rica y más ilustre que él, por lo que esta boda le sería muy
provechosa si no fuera porque, según le han dicho algunos amigos, se trata de
una mujer muy violenta y colérica. Por eso te ruego que me digás si le debo
aconsejar que se case con ella, sabiendo cómo es, o si le debo aconsejar que no
lo haga. -Señor -dijo Patronio-, si
vuestro pariente tiene el carácter de un joven cuyo padre era onrado , aconsejadle que se case con ella;
pero si no es así, no se lo aconsejéis. El señor le rogó que le contase lo
sucedido. Patronio le dijo que en una ciudad vivían un padre y su hijo, que era
excelente persona, pero no tan rico que pudiese realizar cuantos proyectos
tenía para salir adelante. Por eso el hombre honrado estaba siempre muy
preocupado, porque siendo tan emprendedor no tenía medios ni dinero. En aquella
misma ciudad vivía otro hombre mucho más distinguido y más rico que el primero,
que sólo tenía una hija, de carácter muy distinto al del hombre honrado, en
cuanto él había de bueno, lo tenía ella de malo, por lo cual nadie en el mundo
querría casarse con aquel diablo de mujer. Aquel hombre tan bueno fue un día a
su padre y le dijo que, no era tan rico
que pudiera darle cuanto necesitaba para vivir, se vería en la necesidad de
pasar miseria y pobreza o irse de allí, por lo cual, si él daba su
consentimiento, le parecía más juicioso buscar un matrimonio conveniente, con
el que pudiera encontrar un medio de llevar a cabo sus proyectos. El padre le
contestó que le gustaría mucho poder encontrarle un matrimonio ventajoso. Dijo
el hombre a su padre que, si él quería, podía intentar que aquel hombre bueno,
cuya hija era tan mala, se la diese por esposa. El padre, al oír decir esto a
su hijo, se asombró mucho y le preguntó cómo había pensado aquello, pues no
había nadie en el mundo que la conociese que, aunque fuera muy pobre, quisiera
casarse con ella. El hijo le contestó que hiciese el favor de concertarle aquel
matrimonio. Tanto le insistió que, aunque al padre le pareció algo muy extraño,
le dijo que lo haría. Marchó luego a casa de aquel buen hombre, del que era muy
amigo, y le contó cuanto había hablado con su hijo, diciéndole que, como el
hombre honrado estaba dispuesto a casarse con su hija. Cuando el buen hombre
oyó hablar así a su amigo, le contestó: -Me parece bien, amigo, pero es a ella
a la que se lo tienes que comentar. Celebrada la boda, llevaron a la novia a
casa de su marido y, como eran moros, siguiendo sus costumbres les prepararon
la cena, les pusieron la mesa y los dejaron solos hasta la mañana siguiente.
Pero los padres y parientes del novio y de la novia estaban con mucho miedo,
pues pensaban que al día siguiente encontrarían al joven muerto o muy mal
herido. Al quedarse los novios solos en su casa, se sentaron a la mesa y, antes
de que ella pudiese decir nada, miró el novio a una y otra parte y, al ver a un
perro, le dijo ya bastante airado: -¡Perro, danos agua para las manos! El perro
no lo hizo. El Hombre comenzó a enfadarse y le ordenó con más ira que les
trajese agua para las manos. Pero el perro seguía sin obedecerle. Viendo que el
perro no lo hacía, el joven se levantó muy enfadado de la mesa y, cogiendo la
espada, se lanzó contra el perro, que, al verlo venir así, emprendió una veloz
huida, perseguido por el mancebo, saltando ambos por entre la ropa, la mesa y
el fuego; tanto lo persiguió que, al fin, el mancebo le dio alcance, lo sujetó
y le cortó la cabeza, las patas y las manos, haciéndolo pedazos y
ensangrentando toda la casa, la mesa y la ropa. Después, muy enojado y lleno de
sangre, volvió a sentarse a la mesa y miró en derredor. Vio un gato, al que
mandó que trajese agua para las manos; como el gato no lo hacía, le gritó:
-¡Cómo, falso traidor! ¿No has visto lo que he hecho con el perro por no
obedecerme? Juro por Dios que, si tardas en hacer lo que mando, tendrás la misma
muerte que el perro. Así, indignado, colérico y haciendo gestos de ira, volvió
a la mesa y miró a todas partes. La mujer, al verle hacer todo esto, pensó que
se había vuelto loco y no decía nada. Después de mirar por todas partes, vio a
su caballo, que estaba en la cámara y, aunque era el único que tenía, le mandó
muy enfadado que les trajese agua para las manos; pero el caballo no le
obedeció. Al ver que no lo hacía, le gritó: Así, indignado, colérico y haciendo
gestos de ira, volvió a la mesa y miró a todas partes. La mujer, al verle hacer
todo esto, pensó que se había vuelto loco y no decía nada. Después de mirar por
todas partes, vio a su caballo, que estaba en la cámara y, aunque era el único
que tenía, le mandó muy enfadado que les trajese agua para las manos; pero el
caballo no le obedeció. Al ver que no lo hacía, le gritó: -¡Cómo, don caballo!
¿Pensáis que, porque no tengo otro caballo, os respetaré la vida si no hacéis
lo que yo mando? Estáis muy confundido, pues si, para desgracia vuestra, no cumplís
mis órdenes, juro ante Dios daros tan mala muerte como a los otros, porque no
hay nadie en el mundo que me desobedezca que no corra la misma suerte. El
caballo siguió sin moverse. Cuando el mancebo vio que el caballo no lo
obedecía, se acercó a él, le cortó la cabeza con mucha rabia y luego lo hizo
pedazos. Al ver su mujer que mataba al caballo, aunque no tenía otro, y que
decía que haría lo mismo con quien no le obedeciese, pensó que no se trataba de
una broma y le entró tantísimo miedo que no sabía si estaba viva o muerta. Él,
así, furioso, ensangrentado y colérico, volvió a la mesa, jurando que, si mil
caballos, hombres o mujeres hubiera en su casa que no le hicieran caso, los
mataría a todos. Se sentó y miró a un lado y a otro, con la espada llena de
sangre en el regazo; cuando hubo mirado muy bien, al no ver a ningún ser vivo
sino a su mujer, volvió la mirada hacia ella con mucha ira y le dijo con
muchísima furia, mostrándole la espada: -Levantaos y dadme agua para las manos.
La mujer, que no esperaba otra cosa sino que la despedazaría, se levantó a toda
prisa y le trajo el agua que pedía. Él le dijo: -¡Ah! ¡Cuántas gracias doy a
Dios porque habéis hecho lo que os mandé! Pues de lo contrario, y con el
disgusto que estos estúpidos me han dado, habría hecho con vos lo mismo que con
ellos. Después le ordenó que le sirviese la comida y ella le obedeció. Cada vez
que le mandaba alguna cosa, tan violentamente se lo decía y con tal voz que
ella creía que su cabeza rodaría por el suelo. Así ocurrió entre los dos
aquella noche, que nunca hablaba ella sino que se limitaba a obedecer a su
marido. Cuando ya habían dormido un rato, le dijo él: -Con tanta ira como he
tenido esta noche, no he podido dormir bien. Procurad que mañana no me
despierte nadie y preparadme un buen desayuno. Cuando aún era muy de mañana,
los padres, madres y parientes se acercaron a la puerta y, como no se oía a
nadie, pensaron que el novio estaba muerto o gravemente herido. Viendo por
entre las puertas a la novia y no al novio, su temor se hizo muy grande. Ella,
al verlos junto a la puerta, se les acercó muy despacio y, llena de temor,
comenzó a increparles: -¡Locos, insensatos! ¿Qué hacéis ahí? ¿Cómo os atrevéis
a llegar a esta puerta? ¿No os da miedo hablar? ¡Callaos, si no, todos moriremos,
vosotros y yo! Al oírla decir esto, quedaron muy sorprendidos. Cuando supieron
lo ocurrido entre ellos aquella noche, sintieron gran estima por el mancebo
porque había sabido imponer su autoridad y hacerse él con el gobierno de su
casa. Desde aquel día en adelante, fue su mujer muy obediente y llevaron muy
buena vida. […]